jueves, 27 de junio de 2013

Dormir en camas separadas, ¿mejor para la pareja?

Dormir en camas separadas, ¿mejor para la pareja?

Que corra el aire: ventajas y desventajas de tomar distancia (literal) en el descanso nocturno en compañía.

camas

Foto: Everett Collectio
Las parejas se pelean 167 veces al año en la intimidad de su habitación. La causa número uno no es otra que sufrir el robo de la sábana o la colcha. Los siguientes culpables en la lista de las trifulcas conyugales nocturnas son roncar y la igualmente espinosa cuestión de la regulación de la temperatura, de acuerdo con esta encuesta. Unos datos que apuntan a esta realidad: la mayoría duerme mejor por separado. El experto británico en sueño Neil Stanley lo tiene hasta cuantificado, y asegura que las parejas que comparten cama tienen un 50 por ciento más de posibilidades de padecer interrupciones que aquellas que deciden “divorciarse” temporalmente de noche.
A los agravios mencionados en el párrafo anterior podríamos añadir muchos otros. Por ejemplo: compañero que se revuelve como si tuviera pulgas; compañero que se levanta a orinar con frecuencia; que habla (o grita) por la noche, víctima de pesadillas; que le da por consultar el significado de estas pesadillas en la Wikipedia a las 3 de la mañana.
“Compartir cama con alguien que hace ruido y con quien tienes que luchar para mantener tu trozo de colcha no tiene sentido”, escribe Stanley, ex presidente de la Sociedad Británica del Sueño. Este experto asegura que históricamente nunca hemos compartido cama, y que el hábito se remonta a hace relativamente poco tiempo, los comienzos de la revolución industrial, cuando las familias se trasladaron en masa a las ciudades, donde disponían de menos espacio. Stanley señala que en la Roma antigua, la cama era un lugar para sexo, pero no para dormir.
Y eso que los romanos –cuyas costumbres eran, en fin, tirando a peculiares en estos aspectos– no tenían portátiles, iPads o móviles que meter bajo las sábanas. Los aparatos electrónicos dan lugar hoy a contenciosos tanto o más graves que los que desencadena la regulación de temperatura. La cuestión es que cuando dormimos somos tremendamente egoístas. “El sueño es la cosa más egoísta que puedes hacer. Si eres feliz compartiendo cama genial, pero en caso contrario, no deberías tener reparo en dormir en una cama separada”, apunta Stanley, que recuerda que dormir bien es crucial para la salud física, mental y emocional.  
Los consejos de Stanley parecen resonar, al menos en el mundo anglosajón. En Estados Unidos, la Asociación Nacional de Constructores prevé que, para el 2015, el 60 por ciento de las viviendas de nueva construcción tenga dos habitaciones principales. El 25 por ciento de las parejas de ese país duerme en camas separadas, según un estudio de la Fundación Nacional para el Sueño de EEUU. Mientras, en Gran Bretaña, una de cada diez parejas hace lo propio.
Visto lo visto, ¿por qué no desterrar, entonces, la anclada costumbre? Para empezar, muchas personas (la inmensa mayoría) no disponen de un aposento extra para pasar la noche. Pero el principal inconveniente es menos prosaico: puede convertirse en un primer paso hacia un mayor grado de separación. Compartir lecho es un símbolo de intimidad. Tu pareja es la única persona con que lo haces, recuerda Paul Rosenblatt en su libro Two in a Bed (Dos en una cama, sin traducción al español). Acceso a relaciones sexuales, un lugar donde mantener la privacidad o la posibilidad de reflexionar sobre los eventos del día en la oscuridad son factores que, para la mayoría de las parejas, continúan pesando más que todos los inconvenientes mencionados.
“La cama marital no es solo un lugar donde dormir. Representa proximidad, compartir, la definición misma de matrimonio. Sin una cama que compartir al final del día, ¿sois algo más que dos personas bajo el mismo techo?”, se pregunta el columnista Tim Lott. Si la cosa se pone fea, no obstante, siempre es posible optar por soluciones de compromiso: de lunes a viernes separados, fines de semana juntos, o a la inversa. O por dos camas en la misma habitación. Claro que esto no solucionará el problema del compañero que se levanta diez veces al baño, que se empeña en dormir en una heladera o un horno. Ni el de las pesadillas, la luz o el iPhone en mitad de la noche.

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