No es de recibo. El resultado de la votación en Buenos Aires pone de manifiesto que Madrid nunca fue una alternativa real a Tokio -tal y como reflejaban las casas de apuestas- y que tan sólo en el imaginario de nuestros políticos y de un enfervorizado Alejandro Blanco la candidatura española contaba con algunas -en caso del Presidente del COE, muchas- posibilidades. No se puede jugar así con el sentimiento ciudadano. Una cosa es generar ilusión; otra bien distinta manipular al pueblo en el rush final de la competición como única esperanza para arrancar algún apoyo. Que es lo que ha ocurrido gracias, en parte, a una fanfarria mediática provinciana.
Hay muchas razones por las que nos hemos quedado fuera, por tercera vez consecutiva, de esta carrera. Probablemente las otras dos ciudades, Estambul y la finalmente ganadora, tenían sus particulares listas de agravios a los ojos de los miembros del COI, ese nido de corruptos que han hecho del fair play su bandera en un ejemplo deleznable de hipocresía; no están libres de pecado, no. Pero nos interesa la nuestra, las causas objetivas por las que en ningún momento Madrid se consolidó como una opción. Echar balones fuera de poco sirve sin un ejercicio previo de autocrítica.
Supongamos que fuera Gurb, el mítico extraterrestre de la novela de Eduardo Mendoza, el que estuviera sentado en uno de los asientos que daba derecho al voto. Recién llegado de su planeta, este sería el panorama patrio con el que se encontraría a la hora de decidir:
  1. Crisis en la Jefatura del Estado. Por más que el Príncipe haya puesto en valor sus años de preparación en la presentación del viernes -faltaría más, ¿no?-, el Rey está en el candelero por conductas que han hecho abdicar a otros monarcas, como el belga. La doble moral, institucional y personal, se tolera mal ahí fuera. Por no hablar del papelón con el yerno y el miedo a por dónde puede salir la nuera. La estabilidad de la Monarquía se antoja precaria.
  2. Crisis en el partido gobernante. El caso Bárcenas encierra una presunta doble trama de financiación ilegal y cobro irregular de sobresueldos que afecta a toda la estructura del PP, empezando por su cabeza, y cuya resolución, dadas las siete vidas de los discos duros del extesorero, no es predecible a día de hoy. Puede reventar abruptamente en cualquier momento. A más.
  3. Crisis en el principal partido de la oposición. Descabezado y afectado igualmente por el entramado de corruptelas institucionales que supone el escándalo de los ERE; amenazado por la potencial ruptura con un PSC, a su vez, salpicado por el affaire Método3, considerar actualmente al PSOE como alternativa sólida es incurrir en la ficción política, novela fantástica con Rubalcaba de víctima o ¿verdugo? A más, a más.
  4. Crisis parlamentaria. El desapego de los ciudadanos hacia el bipartidismo imperante por las razones antes citadas, pese a haberse manifestado de momento torpemente a través de movimientos como el del 15-M, puede conducir a una fragmentación del arco parlamentario tal, que convierta el desarrollo de cualquier iniciativa -Madrid 2020 incluida- en un ejercicio de equilibrismo democrático agotador. Es lo que se conoce como italianización de la política. A más, a más, a más.
  5. Crisis de liderazgo. Que viene no sólo del descrédito de las instituciones y organizaciones antes citadas, sino de la perversión de los mecanismos de elección para los cargos públicos. Allí estaban, sobre la tribuna de Buenos Aires, una alcaldesa y un presidente de comunidad autónoma no votados por los ciudadanos. Por si fuera poco, en Andalucía subía simultáneamente a lo más alto de la Administración local el más vivo ejemplo del político profesional: no en vano, la cualificación académica de Susana Díaz es más que cuestionable. No hay tipos con predicamento y legitimidad para tirar del carro y liderar un proyecto como este. Y los que se apuntan, restan más que suman, q.e.d. en el propio Buenos Aires.
  6. Crisis pública de credibilidad. Va a ser que por esos mundos de Dios, la palabra de un gobernante importa. Las sucesivas revisiones de la cifra de déficit público y el previsible incumplimiento del objetivo para el agujero de este mismo año, unido a una deuda disparada y cerca del punto de no retorno -por no hablar de las divergencias entre programa de gobierno y ejercicio del poder- podrían hacen creer a terceros informados que la palabra de los políticos españoles se la lleva el viento, incluso si de la planificación de unos Juegos o de luchar contra el dopaje se trata. No te fíes de lo que dicen, mira lo que hacen. Esa ha sido una de nuestras cruces.
  7. Crisis territorial. Pese a la retirada táctica, qué casualidad, del referéndum independentista catalán coincidiendo con la votación, la posibilidad de que el territorio español se termine fragmentando en el periodo hasta 2020 -primero por el noreste y luego por el norte- seguro ha sido incorporada a su decisión por los miembros del COI. España hace tiempo que dejó de ser, en todos los sentidos, una ‘unidad de destino en lo universal’. Riesgo mayúsculo para un evento de esta magnitud que habría que evitar a ojos del organismo internacional.
  8. Crisis económica. Por más que el optimismo imperante se empeñe en lanzar las campanas al vuelo, estamos ante una normalización estadística más que ante una verdadera recuperación. No hay consumo interno ni inversión sólida, y dependemos de unas exportaciones que aún pesan poco en el conjunto del PIB y cuyo despegue se ha producido por una devaluación interna que afecta al bolsillo ciudadano. Puede que nos encontremos viendo la luz al final del túnel pero aún quedan muuuuchosquilómetros hasta la salida. Somos un país rescatado, bancariamente hablando, y el panorama futuro dista de estar resuelto. Preocupante para el que decide: ¿no serán otras las prioridades, no deberían serlo?
  9. Crisis social que se deriva no sólo de la alarmante cifra de paro, sino también del paulatino desmantelamiento de esa clase media que verdaderamente construyó España en el tardofranquismo y la Transición. Más impuestos y menos Estado del bienestar están produciendo una polarización social de consecuencias igualmente imprevisibles en términos de cohesión ciudadana como ponía de manifiesto el suplemento económico de este fin de semana de La Vanguardia. Estamos ante una bomba de relojería que, si la cosa se prolonga, puede terminar por estallar. Algo que, por definición, suele ocurrir siempre en el peor momento.
Se podrían añadir más motivos -como la merma de peso diplomático o la falta de preparación de una parte de nuestros oradores- aunque estos nueve son, en mi modesta opinión, los más evidentes por afectar a la estabilidad institucional, a la fiabilidad administrativa y a la capacidad financiera de España. Con ese panorama, ¿qué argumentos más allá del entusiasmo popular y el poder de su deporte había para votar a España? ¿Austeridad? Dios mío, eso sí que es desconocer a un COI para el que los Juegos son un negocio y al espíritu olímpico... que le den. Poniéndonos, por tanto, en el pellejo de sus ‘oropelados’ miembros, cuesta encontrar tales razones, la verdad.
Me da pena que a Madrid no le hayan dado los Juegos. Participo de la manipulada desilusión popular. Se trata de una cuestión sentimental, no justificada racionalmente. Casi por mis hijos, más que por mí. Sin embargo,pensar que quien siembra los vientos de la duda va a recoger la calma de la recompensa y no la tempestad de la indiferencia es quimérico. Nos han puesto en nuestro sitio, por méritos propios. España está patas arriba y, cuanto antes nos demos cuenta de las consecuencias que tiene en el plano nacional e internacional, mejor que mejor. Por soñar que no quede, vale. Pero no despiertos, por favor.
Buena semana a todos.