domingo, 29 de septiembre de 2013

Relaciones homosexuales, falsas apariencias y disimulo

Relaciones homosexuales, falsas apariencias y disimulo

Scotty Bowers pone patas arriba el universo romántico del dorado Hollywood

Relaciones homosexuales, falsas apariencias y  disimuloUna inmensa orgía donde todos y todas tienen siempre las escopetas preparadas y donde nadie se acuesta con quien parece. De cama en cama, Scotty Bowers realiza en 'Servicio completo. La secreta vida sexual de las estrellas de Hollywood' (Editorial Anagrama. 19,90 euros) una aproximación rebosante de fluidos y confidencias al patio trasero de Tinseltown, la ciudad del oropel y del celuloide.
El libro se las trae desde el título mismo. Bowers, un marine veterano iniciado en el sexo homosexual por un cura de Chicago cuando el crío no era más que un pobre limpiabotas, pero que llegó a tener a una veintena de sacerdotes prendados de su inocencia, trabajaba en la gasolinera Richfield de Hollywood, un lugar que él convirtió en un auténtico zoco por el que pululaban chaperos que tiraban a pelo y pluma, jóvenes prostitutas que no le hacían ascos a nada ni a nadie y gentes del espectáculo que acudían al garito para aprovisionarse de carne fresca, regalarse un vistazo secreto por un agujero de los baños o echar un casquete rápido en la autocaravana de la que Scotty se había provisto. Esto es, según Scotty Bowers, lo que en Hollywood se entiende como un servicio completo.
«Gracias a la locuacidad descarada de un viejo verde de libido insaciable y de prodigiosa memoria, las confidencias que contiene el libro no hacen más que confirmar el poder y la creatividad homosexual» que hicieron brillar, por encima de cualquier censura, la fábrica de los sueños, escribe el estudioso Román Gubern en el prólogo.
Bowers, de 89 años y que aún ejerce como camarero ocasional en fiestas privadas de Hollywood, no deja títere con cabeza. «La gasolinera fue el portal que me dio acceso a un mundo selecto donde el sexo de gran calidad lo era todo», confía. En el fondo, Bowers se presenta como un alcahuete risueño y salvador, el tipo que proporcionaba a las estrellas de Hollywood el escape normalizador a las «cláusulas de moralidad» que regían sus contratos y martirizaban su vida privada. Decir abiertamente que Cary Grant era gay y que a Katharine Hepburn le iban más los higos que los caracoles (para usar los mismos eufemismos que en aquel famoso diálogo censurado de 'Espartaco' entre Laurence Olivier y Tony Curtis) hubiera supuesto el fin automático de sus carreras.
Eso sí, Scotty dice que nunca cobró por sus servicios, que solo recibía propinas de sus clientes famosos y que era ajeno a los acuerdos dinerarios entre estrellas y putos. Tras la justificación, claro, toca subirse a la montaña rusa.
Cuando Scotty Bowers habla de miel, se refiere, en la jerga de Hollywood, al semen. Cole Porter, compositor y letrista afamado, «declaradamente gay, innegablemente promiscuo y que sentía una pasión ferviente por los marines...». Uno tras otro. «Y siempre tragaba», subraya esta celestina de gasolinera.
El cutis de la Hepburn
Katharine Hepburn, a quien el fotógrafo Cecil Beaton acusaba de poseer un terrible cutis «de cocodrilo», aparece retratada como una «bollera» impenitente, engreída y estirada en su comportamiento público. «Hepburn era lesbiana y no me imaginaba a aquella mujer incuestionablemente hombruna teniendo un idilio con un hombre, con ningún hombre», remacha. Así que su idilio con Spencer Tracy no pasó de ser uno más de esos «matrimonios profesionales» que imponían en Hollywood los estudios y sus asesores de imagen,un mero arreglo y no el «cuento de hadas» que vendió Hollywood.
El bello Errol Flynn, que regaló al mundo un cadáver tan hermoso y joven como el que lucía con sus calzonas verdes en 'Robin Hood', tampoco sale nada bien parado. Bowers retrata a un borracho estragado por el vodka e incapaz de cumplir con las mujeres. El gasolinero rescata una frase sobre los gustos del protagonista de 'Objetivo: Birmania'. «Me gusta la bebida añeja y las mujeres jóvenes, muy jóvenes... No me importa que tenga 18 con tal de que se parezca y comporte como una chica de entre, bueno, pongamos 14 y 16».
Tracy también le pegaba al frasco de lo lindo. Y, casualidad, también le daba a todos los palos y también compartió cama y caricias con Scotty. «Dejando de lado a Errol Flynn, rara vez he visto a alguien trasegar tanto alcohol como Spencer... El gran Spencer Tracy era otro bisexual, un hecho totalmente ocultado por el departamento de publicidad del estudio... en el caso de que lo supieran», escribe.
A George Cukor (director de 'Mujercitas' y 'Ha nacido una estrella') lo presenta como alguien que, en materia de sexo, iba directamente al grano, sin «preámbulos ni besuqueos». «El sexo anal estaba excluido. Hablando en plata... George solo quería chupar... Y lo hacía con una eficiencia rauda y fría», sostiene nuestro confidente. Del galán moreno y mediterráneo Tyrone Power, Scotty sostiene que «las mujeres se derretían por él y se acostaba con ellas, pero prefería con mucho a los hombres. Me llamaba a menudo y me pedía que le mandara a un jovencito».
Rita Hayworth, «una mujer bellísima», sale indemne en materia sexual, pero, ay, «tenía una veta malvada y tacaña. Por decirlo sin rodeos, era muy egoísta».
Cary Grant, «la quintaesencia de la persona suave», era 'pareja' del actor especializado en westerns Randolph Scott, un «grandullón de lo más dulce... los tres hicimos muchas travesuras juntos. Aparte de lo habitual -ninguno de los dos follaba... o, al menos, no conmigo- lo que mejor recuerdo de aquel encuentro fue que a Scott le gustaban mucho los arrumacos, y hablar, y era muy tierno. Grant también era agradable...».
Los gritos de Escarlata
«Era caliente, una mujer caliente. Muy sexual y muy excitable. Puesta en faena exigía una satisfacción plena y completa... no podía controlarse. Chillaba, gritaba y se reía. Tuvo un orgasmo tras otro y cada uno era más estruendoso que el anterior». Es la tarjeta de presentación de Vivien Leigh, la adorable e indómita 'señorita Escarlata', tras uno de sus encuentros con el exmarine, un veterano de Guadalcanal e Iwo Jima acostumbrado, se entiende, al fuego cruzado.
Y aunque Scotty no entra en juicios morales sobre apetencias sexuales, hay actores que no salen nada bien parados. Como el orondo, excelso y «gay declarado» Charles Laughton, de quien dice que no se duchaba en semanas y que era adicto a la coprofagia con sus amantes de pago masculinos. ¡Ah! y adoraba el esmegma, «parecido a un gorgonzola o un roquefort curado». Claro que también el galán Tyrone Power, apunta Scotty, era un aficionado a los «deportes acuáticos», a la lluvia dorada proporcionada por sus amantes femeninas.
Lo dicho, no se salva nadie: ni Harold Lloyd, ni el bonancible Raymond Burr, ni Tennessee Williams (que escribió una biografía sobre Scotty al que tilda como «la madrina mariquita de todo el universo gay de Los Ángeles»), ni Montgomery Clift («una loca temperamental»), James Dean, Anthony Perkins, David Carradine, Linda Lovelace o Steve Reeves ni, por supuesto, Rock Hudson, una de las primeras estrellas fallecidas a consecuencia del sida. Con semejante recorrido, no es extraño que Scotty Bowers fuera un entusiasta y desprendido colaborador del doctor Alfred Kinsey en sus investigaciones sobre el sexo en EE UU. El chico de la manguera tenía, claro, mucho que contar.

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