El "manifiesto de los 343 cabrones" llega a EspañaA
Hay hitos de carácter ético-cívico que no pueden pasar por la actualidad como la luz por el cristal. Es el caso, creo, del manifiesto que, ya en las redes, se publicará —o se ha publicado— en la revista francesa Causeur suscrito por 343 intelectuales (!) encabezados por el escritor y crítico literario Fréderic Beigbeder, que, autodenominándose “cabrones” (salauds), proclaman lo siguiente:
“En materia de prostitución, somos creyentes, practicantes o agnósticos. Algunos de nosotros han ido, van o irán de putas, y no se avergüenzan de ello. Otros, que nunca han sido clientes en persona (por razones que sólo a ellos competen) nunca han tenido ni tendrán el comportamiento ciudadano de denunciar a aquellos de sus semejantes que recurren al amor tarifado. Homosexuales, heterosexuales, libertinos o monógamos, fieles o volubles, somos hombres.
Eso no nos convierte en los frustrados perversos y psicópatas que describen los defensores de una represión disfrazada de lucha feminista. Paguemos o no por relaciones carnales, bajo ningún pretexto lo haríamos sin consentimiento de nuestras parejas. Pero consideramos que cualquiera tiene derecho a vender libremente sus encantos, y que incluso le guste. Y rechazamos que los diputados dicten normas sobre nuestros deseos y nuestros placeres.
Este es el manifiesto que, muy en el estilo librepensador francés, pretende imitar al de las más de 300 mujeres que en 1971 reclamaron el derecho al aborto comandadas por Catherine Deneuve, Simone de Beauvoir, Marguerite Duras o François Sagan. Evocan también a otra proclama de los ochenta de SOS Racisme titulado “¡No toques a mi colega!”. El problema es que esta intelectualidad es prostibularia y da por supuesto que hay prostitución libremente asumida por hombres y mujeres, al margen de la trata de seres humanos, mafias y bandas explotadoras, lo cual, de ser cierto, resulta del todo excepcional.
No está claro que haya que regular la prostitución —tiene ventajas e inconvenientes— mediante la sanción al cliente, que es lo que pretende en principio la Asamblea Nacional francesa, pero parece una actitud irresponsable, decrépita e intelectualmente alicorta reivindicar el derecho a recibir, mediante pago, las prestaciones de las meretrices y los chaperos. Más valdría una reflexión sobre la dignidad de las personas a las que cuadra mal, incluso, que desde una supuesta y ficticia libertad se dediquen a la prostitución, seguramente porque no pueden hacerlo a otra actividad. No es nueva la intención de hacer de la venta de prestaciones sexuales una auténtica industria y un filón fiscal. Pero, crisis por medio o no, resulta éticamente indigesto.
Ya ha llegado a España la polémica. Con todos los dicterios contra la trata y las mafias, Pérez Reverte (XL Semanal de ABC del pasado domingo) en un artículo titulado “Putas, chulos y ayuntamientos”, arremetía contra las ordenanzas municipales que sancionan a los clientes de la prostitución por considerarlo “hipócrita” y “fariseísmo oficial y charlatanería de imbéciles que excretan agua bendita”. El lunes pasado, Fernando Sánchez Dragó en El Mundo, en un texto que titulaba “Yo, cabrón”, se preguntaba en sintonía con los 343 abajofirmantes: “¿Hasta dónde van a llegar los regímenes totalitarios que gobiernan las democracias?”. Y la tesis radicalmente opuesta la escribía en El País del domingo Soledad Gallego-Díaz, que consideraba a los firmantes auténticos “cabrones” (ella utilizaba el término francés salauds). El alegato de Gallego-Díaz resultaba del todo impecable: “Las prostitutas que se parecen a Julia Roberts o a Catherine Deneuve no son muy abundantes”, sostenía la colega.
La relativización ética es un cáncer civil. Se empieza por manifiestos de dudosa legitimidad ciudadana y se llega a excesos como los que ocurren en Holanda, donde se ha permitido a un partido que propugne rebajar la edad de consentimiento sexual de los 16 a los 12 años, la abrogación de la pornografía infantil y la autorización de la zoofilia: el partido de marras se denomina delAmor Fraternal, la Libertad y la Diversidad (PNVD) y existe, aunque cueste creerlo, un movimiento activista pedófilo con nutrida presencia en la red y en algunos círculos, por más que procure un enorme rechazo social.
Probablemente no haya que multar a los clientes de las meretrices o de los chaperos, pero acudir a sus servicios no deja de ser una flaqueza de espíritu ciudadano y de voluntad personal que no merece el exhibicionismo de los 343 sedicentes intelectuales franceses que se quedarían sin “su puta” si el Estado las liberase de esa esclavitud, cumpliendo así con una elemental obligación de las Administraciones Públicas. Porque la cuestión no concierne a la virtud, sino a la ciudadanía.
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