Las heridas abiertas de Alcàsser
Los padres de Desirée y Toñi critican el fallo de Estrasburgo, y Fernando García mantiene su teoría conspiratoria
La cuenta atrás ha comenzado ya para la libertad de Miguel Ricart, el único condenado por el triple crimen de Alcàsser. La condena de 170 años de prisión por el secuestro, violación y asesinato de Miriam, Toñi y Desirée «es papel mojado», asegura Fernando Gómez, padre de Toñi, tras valorar la sentencia del Tribunal de Estrasburgo contraria a la aplicación de la doctrina Parot. A sus 77 años de edad, Fernando confiesa que no está preparado para ese día. «Después de lo que hicieron esos criminales, y ahora lo sueltan», se queja el anciano.
Rosa Folch, madre de Desirée, decidió curar su honda herida en la intimidad, todo lo contrario que Fernando García, padre de Miriam. Ambos enviudaron. Vicente Hernández, padre de Desirée, murió en el verano de 1994 como consecuencia de una larga enfermedad, mientras que Matilde Iborra, madre de Miriam, falleció el 6 de febrero de 1998 en el Hospital La Fe tras sufrir una derrame pulmonar.
Las dos madres de las niñas de Alcàsser que aún viven, Rosa y Luisa, han tejido como un halo de protección para que los periodistas no invadamos su intimidad. Rosa no olvida el tratamiento televisivo de hace 20 años con el sufrimiento de tres familias retransmitido en directo y los juicios paralelos. «Espero que las televisiones tengan ahora más dignidad y no lleven nunca a Ricart a un plató», afirma con cierto temor.
«Vamos a luchar hasta el final para que continúe en la cárcel un mes más, un día más o una hora más», añade. La madre de Desirée no entiende por qué la Audiencia de Valencia inició de oficio los trámites para recopilar información sobre el caso de Ricart con el fin de resolver el más que previsible recurso de excarcelación. «La gente no debe olvidar lo que hizo ese asesino. Los derechos humanos de Ricart parece que son más importantes que los derechos de las víctimas. ¿Quién defenderá mis derechos cuando salga de prisión?», pregunta Rosa.
De las muestras de apoyo que ha recibido tras el duro golpe que supuso el fallo del Tribunal de Estrasburgo, destaca un abrazo de la madre de Sandra Palo -la joven discapacitada que fue asesinada en 2003 por cuatro delincuentes- y los ofrecimientos de ayuda de la alcaldesa de Alcàsser, Remedios Avia, y de la presidenta de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, Ángeles Pedraza. «Me sentí muy arropada en la manifestación de Madrid», manifiesta Rosa.
La herida no deja de sangrar
Una vez por semana, la madre de Desirée visita el nicho donde reposan los restos mortales de su hija, y todavía guarda algunos de los objetos personales de aquella estudiante de 14 años del colegio público 9 d'Octubre de Alcàsser. Sus dos nietos han vuelto a llenar de alegría su casa, pero reconoce que la cercana excarcelación de Ricart ha reabierto una herida que nunca dejó de sangrar. La sobreexposición mediática del caso, las fotos escabrosas de las autopsias difundidas por internet y los aniversarios de los asesinatos hicieron que las familias de las víctimas revivieran momentos de gran tristeza.
Fernando García, que sigue enfrentado a las familias de Toñi y Desirée por su infundada teoría de la conspiración y la oscura gestión de la Fundación de la Niñas de Alcàsser, mantiene que Ricart fue «un cabeza de turco para ocultar una trama criminal», aunque no quiere pronunciarse sobre su próxima puesta en libertad. «Si hubiesen aprobado la cadena perpetua como en otros países ahora no hablaríamos de Ricart ni de Inés del Río», asevera Fernando.
El tiempo le ha quitado la razón al padre de Miriam. Nunca pudo probar la participación en el triple crimen de más individuos, pero sembró dudas y sospechas por toda España e injurió a los investigadores de la Guardia Civil y al exfiscal jefe Enrique Beltrán. Tras ser condenado por un delito continuado de calumnias, Fernando parece haber aprendido la lección. «Lo de las televisiones ya se ha acabado», señala. Su nueva pareja y su hija de 10 años le han ayudado a recuperar sensatez, y la empresa de colchones que regenta mantiene su mente ocupada en facturas y pedidos.
Los padres de Toñi llevan al colegio a uno de sus cinco nietos, una niña de nueve años, y al igual que Rosa Folch, el matrimonio intenta curar en la intimidad la herida abierta por la próxima excarcelación de Ricart. Son reacios a hablar con periodistas, pero acceden a mantener una corta conversación para manifestar su indignación por la sentencia del Tribunal de Estrasburgo.
Fernando Gómez y Luisa Rodríguez no entienden de leyes. «¿Algo se podrá hacer para que no valga lo mismo matar a una persona que matar a tres niñas indefensas?», pregunta Fernando. «Lo único que pedimos es que cumpla el máximo de 30 años de cárcel», añade con voz apagada. Para Luisa, la puesta en libertad de Ricart «sería la peor noticia» de su vida después de los crímenes que le partieron el corazón.
¿Pero cuándo saldrá el triple asesino de la cárcel de Herrera de la Mancha? Los abogados de las acusaciones del caso Alcàsser muestran cierto pesimismo a la hora de encontrar alguna fórmula que impida o retrase su salida de prisión. Las fuentes judiciales consultadas calculan que en un mes, aproximadamente, el asunto quedará resuelto.
De momento, la Sección Segunda de la Audiencia Provincial ha pedido a Instituciones Penitenciarias un informe acerca de los beneficios que obtuvo el preso por sus trabajos en las diferentes cárceles en las que ha estado. El Código Penal de 1973 establece días de descuento de pena, y amparándose en ello y en su buena conducta, Ricart pretendía que se diera por cumplido su tiempo en prisión el 22 de mayo de 2011.
Cuatro mujeres (su hija, su expareja, una hermana y dos sobrinas) son las únicas personas allegadas que podrían compadecerse fuera de los muros de la cárcel del todavía recluso. Su madre murió cuando él tenía cuatro años, y las relaciones con su padre se fueron deteriorando por los castigos físicos a los que le sometía. Compartió pupitre con los niños huérfanos del colegio San Juan Bautista de Valencia, donde tuvo un buen comportamiento con sus compañeros y las religiosas, hasta que consiguió una beca para estudiar en la Universidad Laboral de Cheste. Tras ser expulsado de este centro, Ricart fue también alumno del instituto de Catarroja.
A los 16 años abandonó los estudios y se puso a trabajar en tareas agrícolas. En esta época comenzó también a coquetear con las drogas, que moldearon su conducta junto con las malas compañías. Con su mayoría de edad recién estrenada, se marchó de casa para vivir con su pareja y sus dos cuñadas. Las tres hermanas compartían vivienda con un joven de 18 años que apenas aportaba dinero para los gastos domésticos.
Trabajó de barrendero en Catarroja, un concesionario de automóviles y la fábrica de hielo de Mercavalencia. A los 20 años se enroló en la Legión y fue destinado a Málaga. Poco después su novia se quedó embarazada y dio a la luz a la hija de ambos. Durante una entrevista clínica con un forense, el preso dijo que su hija era lo más importante de su vida, negó haber mantenido relaciones homosexuales en su juventud y rechazó las conductas de tipo sádico.
Tras su paso por el Ejército, Ricart volvió con su pareja, pero la relación se rompió debido a discusiones por su holgazanería y a problemas de convivencia. Entonces se fue a vivir a la casa de Antonio Anglés, su habitual proveedor de droga, y entró en un círculo de delincuencia y drogas con participación en atracos, robo de vehículos y un ingreso en el centro penitenciario de Picassent, concretamente el 19 de agosto de 1992. Tres meses después, Anglés y Ricart violaron y asesinaron a las niñas de Alcàsser tras ofrecerse a llevarlas en el coche de este último a la discoteca Coolor, que fue derribada en enero del año pasado.
Según los hechos probados en la sentencia que condenó a Ricart a 170 años de prisión, los dos asesinos pudieron actuar en compañía, «posiblemente de alguna otra persona más», cuando invitaron a las tres jóvenes a subir al vehículo. Pero nunca se pudo demostrar la implicación de un tercer individuo.
Encerrado en su mundo
Entre los muros de las cárceles de Picassent, Castellón, A Lama (Pontevedra) Zuera (Zaragoza) y Herrera de la Mancha (Ciudad Real), donde cumple sus últimos días de condena, Ricart ha vivido completamente encerrado en su mundo. Su vida entre rejas siempre fue tan mortecina como cómoda. Desayuna a la nueve de la mañana, lee la prensa deportiva a partir de las diez, luego hace pesas en el gimnasio, mata el tiempo en el patio entre pitillo y pitillo -sigue siendo un fumador empedernido-, come a la una y regresa a la celda para echar la siesta.
El reo participa también en talleres y realiza actividades deportivas, pero en los 20 años que lleva en la cárcel no se ha sometido a ningún tratamiento relacionado con los delitos por los que fue condenado. En 2011 se apuntó a un grupo de oración, aunque sólo duró dos días, y en la actualidad reparte la comida en su módulo. Una tarea que concilia con la cuenta atrás de su libertad desde que el Tribunal de Estrasburgo tumbó la doctrina Parot.
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