“No tengas duda de que es lo parece”, aseguraba ayer sin temblarle la voz un alto ejecutivo de un medio de comunicación sobre la destitución de Pedro J.Ramírez al frente de El Mundo. Y remataba: “La última broma es que se haya producido a un día vista de la Convención Nacional del PP y justo un año después de las primeras informaciones sobre el caso Bárcenas”. Aunque fuentes próximas a Unidad Editorial niegan “presiones directas del Gobierno” y el propio Ejecutivo se ha desmarcado de la operación públicamente, los mensajes que transmitían primeros espadas empresariales de este país en los últimos meses eran que el periodista era “un peligro para el sistema”. Un feeling compartido y generalizado entre las élites.
De hecho, las relaciones y la coincidencia de intereses entre empresarios y Gobierno no han podido ser mayores en las últimas fechas, embarcados ambos en el salvamento de la marca España y de la economía patria. Este diario ya publicó a mediados de julio, en pleno affaire Bárcenasel malestar existente entre grandes empresarios vinculados a la patronal (CEOE) o a think tanks de campanillas como el Consejo Económico de la Competitividad (CEC) por el exceso de catastrofismo que detectaban en artículos e informaciones publicados por diarios y emitidos por televisiones españolas. Un pesimismo que, estimaban, no se correspondía con la realidad y se proyectaba al exterior, haciendo daño a la imagen del país.
En ese escenario de relaciones peligrosas, un hecho vino a constituirse como un punto de inflexión definitivo. El Mundo celebraba el 21 de noviembre sus Premios Periodísticos, tradicionalmente un desfile de políticos con abundante presencia de ministros populares. Semanas antes, La Razón había colgado el cartel de no hay billetes en su celebración de aniversario. En esta ocasión y con concurrencia de nocturnidad, premeditación y alevosía, el Gobierno en pleno plantó a Pedro J. Ramírez y sus huestes. “¿Qué esperaban?”, lanzaba entonces un dirigente del PP, en referencia a la necesidad de dar una respuesta contundente a noticias que les afectaban y que desde Génova se tildaban sotto voce -pero sin ambages- de infundios, falsedades e historias sin contrastar.
Todo un mensaje para las empresas, que el propio periódico se encargó de trasladarles amablemente a la mañana siguiente en un faldón de quejas y agravios. Los principales anunciantes del país ya sabían de primera mano, por boca del afectado,qué nivel de desafección manejaba el Ejecutivo para con El Mundo. Sin el poder político -ni Gobierno ni oposición-, sin elestablishment empresarial, sin la Casa Real, con una menguante publicidad privada y pública en un mercado ya de por sí en crisis, en pleno desplome de la difusión en busca de un modelo de negocio rentable… Se puede sobrevivir teniendo a muchos enfrente y algún valedor, pero ¿con todos en contra? Puede que no haya habido una llamada concreta, pero no hay duda de que había demasiados intereses compartidos, demasiadas miradas cómplices.
Un imperio ‘a la Prisa’
Dicho esto, Ramírez no es ninguna víctima. Él y su contraparte económica en Unidad Editorial, Antonio Fernández-Galiano, tienen mucho que reprocharse. Y es que nadie le hubiera podido tocar con un balance sólido. Pero esa opción quedó descartada en 2007, cuando Unidad Editorial montó su particular Sogecable con la compra de Recoletos, esto es, 1.100 millones de euros de adquisición burbuja. Los dueños italianos de la compañía, RCS Mediagroup, aún no han terminado de purgar el desatino tras ajustar el valor en 725 millones. La ambición de crear un gran grupo, un imperio ‘a la Prisa’, colocó a Ramírez al nivel de los Polanco. Esto es, en una posición de debilidad económica, a la postre, de dependencia de los poderes fácticos.
No es una licencia literaria. Ambos lo expresaban con sinceridad en sendas entrevistas mantenidas recientemente con este periódico. Sobre Recoletos, Galiano afirmaba que, “si alguien hubiera tenido una bola de cristal, ni el precio que se pagó hubiera sido el que fue ni la estructura de la operación en términos financieros hubiera sido la que fue”. Sobre su nivel de independencia, el periodista lamentaba la entrada de grandes corporaciones en el capital de grupos como Prisa -con Telefónica, La Caixa y Santander como compañeros de viaje- e insistía en que “hay anunciantes que no nos dan el dinero porque seamos un instrumento rentable, sino por llevarse bien con nosotros”. Toda una advertencia sobre el carácter discrecional -y efímero- de la inversión publicitaria en España.
Galiano se queda ahora para remontar el vuelo. La noche previa al Consejo de la muerte trazó en Madrid las líneas maestras de la nueva Unidad Editorial con el consejero delegado de RCS, Pietro Scott Jovane, presente en la capital para las honras fúnebres. Tras el anuncio, el capo español remitía una carta a los trabajadores para dejarles claro que es Italia quien decide “con qué organización y con qué personas [la empresa] debe emprender el camino al que nos enfrentamos”. Mientras, es difícil imaginar un corrillo en Valladolid, donde el PP celebra su Convención, en que no se brinde con Möet&Chandon para celebrar el óbito de Ramírez. Y es que a falta de la llamada funesta, de una orden directa, la búsqueda del culpable remitiría a un aquelarre colectivo a lo Asesinato en el Orient Express. Claro que eso sólo pasa en las novelas.