En un momento de revolución hormonal y tras intercambiar varios mensajes calentitos se toma una fotografía subida de tono o claramente explícita para acompañar a un texto igual de sugerente. No lleva más que un par de segundos, ya que la cámara del móvil está bien a mano y el propio teléfono tiene conexión a internet. Eso es el sexting, una práctica que tiene éxito porque es fácil y es divertida.
Es también el terror de cualquiera que tema ver expuesta a la voracidad pública un aspecto tan delicado de su vida privada. Después de todo, consiste en poner en manos de otro detalles que no querrías que viese nadie más. ¿Cuántas veces has leído que no cuelgues en Facebook las fotos de la fiesta de nochevieja en la que llevas una copa en la mano y la corbata en la cabeza? En caso de salir a la luz, los contenidos relacionados con el sexting dejarían esas fotos a la altura de inocentes anécdotas.
Pero en realidad la mayoría de nosotros no tenemos de qué preocuparnos porque, excepto algunas excepciones (como la ya célebre exconcejala Olvido Hormigos), el sexting es mayoritariamente un asunto de adolescentes. Son ellos los que más lo practican, utilizando apps de mensajería efímera tipo Snapchat, y son ellos los que se suelen meter en líos entre sus amigos y compañeros de clase cuando los mensajes acaban donde no deben. Los adultos no hacen estas cosas, ¿no es verdad?

LA MITAD DE LOS ADULTOS PRACTICA EL 'SEXTING'

Pues no, no lo es. Según la encuesta anual Relaciones y tecnología realizada por la firma de seguridad McAfee, un 50% de los mayores de 18 años utiliza su móvil para enviar o recibir mensajes, fotos o vídeos de contenido sexual a alguno de sus contactos, y muchos de ellos almacenan en su teléfono esos contenidos que han enviado o recibido y que consideran “de riesgo”.
Según Robert Siciliano, experto de McAfee, un gran número de adultos comparte “detalles privados de sus vidas, incluyendo algunos de naturaleza íntima desde dispositivos digitales muy inseguros”.
No es sorprendente comprobar que los adultos jóvenes lo hacen más: si nos detenemos en las franjas de edad, el porcentaje aumenta hasta el 70% entre los 18 y los 24 años. Respecto a las diferencias por sexo, ellos practican mássexting que ellas: un 61% de los encuestados reconocía intercambiar este tipo de mensajes, frente a un 48% de las encuestadas.
El problema es que muchos no protegen estos archivos debidamente ni siquiera en sus propios teléfonos. Según esa misma encuesta, el 69% de los participantes asegura su móvil con una clave, pero un porcentaje sorprendentemente alto a estas alturas, el 38%, comparte esas contraseñas con otras personas (sobre todo su pareja) y el 42% todavía utiliza la misma clave en distintos dispositivos. Ambas cosas aumentan la probabilidad de que la seguridad de un teléfono sea sorteada, con el consiguiente riesgo para los archivos que contenga.
Curiosamente, también hay diferencia entre hombres y mujeres a la hora de proteger el móvil con contraseñas. Un 74% de ellos lo hacen, frente al 65% de las encuestadas. Además, los participantes masculinos parecen más interesados en los nuevos métodos biométricos de seguridad: dos tercios de los preguntados aseguran que pagarían más por un móvil que incluyese sistemas como el reconocimiento de huella dactilar, reconocimiento facial o de voz, etc.

LAS EXPAREJAS, UN FACTOR DE RIESGO

La encuesta dedica una atención especial a un tipo de relaciones que si ya son problemáticas de por sí, cuando el sexting se mete por medio pueden suponer un auténtico dolor de cabeza: las que tenemos con nuestros ex. Cuando el amor se acaba, ¿qué hacemos con todo eso que mandamos en un momento de euforia y confianza ciega?
Según este estudio, casi todos (el 96% de los encuestados) confiamos en nuestra pareja lo suficiente para enviarle mensajes íntimos y fotografías de contenido sexual mientras la relación perdura, pero después solo un tercio ha pedido a una expareja que los borre o devuelva.
Además, como decíamos antes, un 38% de los interrogados reconoce que ha compartido con su pareja alguna vez sus contraseñas para el móvil, aunque hasta un 73% tiene la precaución de cambiarlas tras la ruptura. Muchos aseguran haber utilizado esas contraseñas para rebuscar en el teléfono del otro mensajes y fotografías recibidas, y uno de cada cinco reconoce que entra en el perfil de su pareja en Facebook al menos una vez al mes.
“Hay mucha gente que comparte sus contraseñas con su pareja. Al compartir demasiado corres el riesgo de que tu información se haga pública sin tu conocimiento, suponiendo una amenaza para tu identidad y tu privacidad”, concluyen los autores del estudio. “Ten cuidado cuando envíes mensajes y fotos. Porque una vez que salen, nunca vuelven”.

GUARDA, PROTEGE Y BORRA

¿Quiere decir esto que el sexting es peligroso? Eso es cosa de cada uno, pero sí es una muestra de que, de practicarlo, hay que hacerlo con cabeza. Para empezar, es aconsejable seguir estos tres simples pasos:
- Cuidado con lo que compartes. Esto va tanto por los contenidos como por las contraseñas. Piensa diez segundos en qué vas a enviar y a quién antes de hacerlo. Si después de pensarlo sigues convencido de que es una buena idea, adelante. En cuanto a las contraseñas: no las compartas con nadie. Si por lo que sea necesitas que alguien use tu móvil o tus cuentas en internet, cambia la clave inmediatamente después.
Ponle contraseña a tu móvil, a tu tableta, a tu portátil... a todo. De esta forma, si alguien encuentra por casualidad tu móvil no podrá acceder a él (al menos, no tan fácilmente)- Usa contraseña siempre. Ponle contraseña a tu móvil, a tu tableta, a tu portátil... a todo. De esta forma, si alguien encuentra por casualidad tu móvil, ya sea tu pareja en la cocina de tu casa o un desconocido por la calle, no podrá acceder a él (al menos, no tan fácilmente).
- El botón "borrar" es tu amigo. Tanto si envías mensajes comprometidos de forma habitual como si lo haces esporádicamente, acostúmbrate a borrarlos todos de vez en cuando, de forma que un hackeo de tu teléfono no suponga toda una catástrofe. Si el sexting lo haces con tu pareja o con alguien con quien tienes confianza (y si no es así, quizá no deberías hacerlo), pídele que los borre también.