Según los datos publicados por el Centro para el Control y la Prevención de las Enfermedades (CDC) de Estados Unidos, la obesidad afecta a más de 78 millones de adultos y 12 millones de niños en dicho país. El pasado mes de junio, la AMA (Asociación Americana de Médicos) clasificó por primera vez de forma oficial la obesidad como una enfermedad, algo que afectaba al 35% de los adultos y al 17% de los jóvenes.
La epidemia de sobrepeso en el país americano resulta particularmente alarmante en cuanto ha crecido de forma exponencial durante las últimas décadas. El peso medio ha crecido en más de 10 kilos por persona desde los años sesenta: el americano medio pesa 88 kilos, y la mujer, casi 79. En España, el varón medio pesaba en 2001 76,8 kilos, y la mujer, 64,1.
Las explicaciones más habituales suelen hacer referencia a una alimentación incorrecta, basada en la comida basura, y a los estilos de vida sedentarios. Sin embargo, Martha Rosenberg, periodista científica cuyo trabajo ha aparecido en las páginas de The Boston GlobeSan Francisco Chronicle o el Chicago Tribune, cree que las causas van más allá y afectan a la industria farmacéutica y alimentaria de EEUU, algo que ha denunciado en un artículo publicado enAlternet, que recoge cinco explicaciones alternativas
Los disruptores endocrinos
El pasado año, un informe realizado por la Agencia Nacional de Seguridad Sanitaria de Francia (Anses) certificó los peligros del bisfenol A, un compuesto que se encuentra en multitud de productos que empleamos en nuestra vida diaria. Se trata de un disruptor endocrino que, al igual que ocurre con elTriclosan no sólo puede dar lugar a deformidades, infertilidad o diabetes, sino que también está relacionado con la obesidad.
Una investigación publicada en Toxological Science señalaba que la exposición a esta clase de disruptores durante el período fetal puede aumentar las posibilidades de sufrir obesidad en la edad adulta. Rosenberg cita otro estudiopublicado en Environmental Health Perspectives que confirmaba la posibilidad de que la exposición a bajas dosis de PFOA (ácido perfluoroctánico) de la embarazada aumentaba en tres veces la posibilidad de que sus hijas sufriesen obesidad.
Como recuerda una investigación publicada en el International Journal of Environmental Research and Public Health, esta clase de disruptores suelen encontrarse en los pesticidas.
Sustitutos del azúcar
Aunque la sacarina, el aspartame, la sucralosa, el neotame o el acesulfame tengan buena fama, diversas investigaciones están empezando a señalar los riesgos asociados a su consumo. Rosenberg aduce tres razones por las cuales deberíamos tener cuidado con estos productos. Por una parte, algunos estudios sugieren que podrían ralentizar el metabolismo, si bien aún no hay datos concluyentes a tal respecto.
Además, pueden conducir a una mayor adicción a los dulces, puesto que no proporcionan la “recompensa” real que sí suministra el azúcar. En otras palabras, como puso de manifiesto un estudio realizado en la Universidad de Yale, el sistema de recompensa de dopamina cerebral no es engañado por los edulcorantes artificiales, lo que provoca que se persigan alternativasaltamente calóricas después de consumir un producto de este tipo.
La tercera y última razón es que, aunque algunos productos anuncien utilizar estos sustitutos, estos se combinan en ocasiones con edulcorantes naturales.
Los antibióticos presentes en la comida
Hace poco, señalábamos en un artículo que los tratamientos zootécnicos, que persiguen incrementar el rendimiento de las reses, están permitidos en países como China o EEUU, aunque estén sujetos a un fuerte control y restricciones en toda la Unión Europea. Rosenberg recuerda que algunos de los antibióticos proporcionados al ganado para engordarlo pueden causar efectos semejantes en los seres humanos.
Diversos estudios recuerdan que los antibióticos pueden contribuir a la obesidad, como una reciente investigación publicada en el International Journal of Obesity a partir del análisis de 28.000 niños, que señaló que aquellos que habían sido sometidos a un tratamiento antibiótico antes de cumplir los seis meses eran más proclives a estar obesos a los siete años, independientemente de la condición de la madre. Sin embargo, Rosenberg recuerda que aunque no se consuman antibióticos con fines medicinales, los americanos pueden estar expuestos a sus residuos, como puso de manifiesto un estudio aparecido en las páginas del Journal of Food Protection
Otros productos consumidos a través de la carne
Este problema no se reduce únicamente a los antibióticos consumidos por los animales, sino que se extiende a otra clase de productos, como laractopamina, un fármaco utilizado para acelerar el crecimiento porcino, aprobado por la FDA en 1999 en Estados Unidos, donde resulta particularmente grave puesto que no existe un período de espera entre su consumo y la matanza del cerdo.
Entre los países en que se encuentra prohibido figuran los de la Unión Europea al completo, al igual que ocurre con el estradiol, el acetato trambolona, el zeranol (una bomba de estrógenos) o el melengesterol. Por ello, resulta tan preocupante la posible importación de alimentos de países donde estos fármacos no están prohibidos, algo que puede estar a punto de ocurrir en la UE, como publicó este diario recientemente. 
Marketing alimentario
En último lugar, pero no menos importante, figuran las agresivas campañas de publicidad que las empresas de alimentación llevan a cabo y que resultan particularmente peligrosas para los niños. Dos estudios ilustran a la perfección esta circunstancia. Por una parte, el publicado en Pediatrics, que señalaba que los niños encuentran significativamente más atractivo el sabor de los productos que se presentan en envases donde aparecen personajes populares de dibujos animados. Por otra parte, una revisión del emplazamiento de medio millón de escuelas californianas puso de manifiesto la nada sorprendente conclusión de que los niños cuyos centros escolares se encuentran al lado de una tienda de comida rápida pesan más.