A FONDO: NUEVAS COSTUMBRES AMOROSAS
“Quizá me engañe, pero creo que hay muchas mujeres guapas que siempre me van a desear”
Si podemos estar con muchas parejas, para qué vamos a quedarnos con una. (Corbis)
Esteban Hernández16/03/2013 (06:00)
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Entrevistadora: ¿Cuáles fueron las historias de amor más importantes de su vida?
Philippe: Bueno, depende de lo que quiera decir con eso. Podría decir que fueron las cinco mujeres que vivieron conmigo, pero también podría decir que no fue ninguna, porque con todas y cada una de ellas siempre tuve el mismo problema: que nunca logré sentir que fueran la mujer ideal, la mujer indicada, la única, ¿me entiende?
Entrevistadora: No, ¿a qué se refiere con eso?
Philippe: Bueno, por ejemplo, con una de ellas viví dos años, teníamos una relación excelente, charlas muy interesantes, nos reíamos, viajábamos juntos, cocinábamos, nos sentíamos muy cómodos, pero cuando ella comenzó a decir que quería tener hijos, tuve que preguntarme qué sentía por ella en serio, y no podía sentir esa especie de ¡guau!, ese sentimiento que imagino que uno debe sentir para tomar semejante decisión.
Entrevistadora: ¿A qué se refiere?
Philippe: A que debería sentir que es la mujer de mi vida, que tengo que estar con ella o seré un infeliz, que es la mujer más increíble que puedo conseguir, pero yo no podía sentir eso. Siempre sentía que, si no era ella, iba a aparecer otra (Risas). Tal vez me engaño pero siento que hay muchísimas mujeres lindas e inteligentes que siempre me van a desear. Pero lo triste de todo esto es que también creo que no existe esa mujer increíble y única que me haga perder la cabeza.
El caso de Philippe, estudiado por Eva Illouz (en la foto), profesora de sociología de la Universidad de Jerusalén, en su recientemente publicado en EspañaPor qué duele el amor, (Clave Intelectual / Katz) no refleja la actitud de un individuo aislado, sino las complejidades del amor en las sociedades occidentales en el siglo XXI. Ya no vivimos en los estrechos contextos del pasado, donde las posibilidades de conseguir pareja estaban proporcionalmente vinculadas al espacio físico: cuanto más pequeña fuera la población en que se vivía y cuanto menores las posibilidades de desplazarse fuera de sus límites, a menos parejas se podía optar.
Hoy estamos en la situación opuesta, no sólo porque los límites físicos sean mucho más amplios, y podamos ligarnos emocionalmente incluso con personas que residen en países lejanos, sino porque hay muchos más medios para conocer posibles partenaires que viven cerca de nosotros. Algunos instrumentos nuevos, en especial las páginas de búsqueda de pareja, se han popularizado, cambiando por completo la concepción que teníamos de cómo conectar con los demás.
Contamos con muchas más opciones que en el pasado para buscarnos la vida emocional, y eso ha hecho que personas de todas las edades tengan claro, como ocurre con Philippe, que existiendo tantas posibilidades al alcance de la mano no tiene sentido desaprovecharlas vinculándose afectiva y sexualmente a una sola persona.
Un mercado infinito
“Es un hecho. Hoy se tienen un mayor número de relaciones. Nos acostamos con más personas porque tenemos más posibilidades pero también porque antes no se veía la experimentación o la novedad sexual como algo positivo. Hay prácticas como el cruising, el intercambio o el poliamor que antes eran impensables, y que hoy son conocidas y populares”. Como explica la psicóloga Miren Larrazábal, autora del libro Sexo para torpes (Anaya), la simple existencia de nuevas formas de relación sexual donde el vínculo con una sola persona ya no es imprescindible, demuestra la magnitud de los cambios en los que estamos inmersos.
No hay nada que podamos dejar por el camino, queremos todas las opcionesUna transformación compleja de vivir, pero fácil de explicar, según Illouz. La autorrealización se ha convertido en una de nuestras grandes pretensiones, “lo que trastoca y contradice la concepción del yo como una entidad fija y constante. Autorrerealizarse significa no comprometerse con ninguna identidad fija y sobre todo, no comprometerse con un solo proyecto de desarrollo del yo”, escribe en Por qué duele el amor. El yo es un blanco en perpetuo movimiento, algo que necesita ser descubierto o logrado, una meta que no se puede alcanzar mediante la renuncia, como demuestra uno de los testimonios que recoge: “Una de las cosas más difíciles de contemplar es la vida que no tuvimos, los caminos que no recorrimos, el potencial que dejamos sin realizar”. No hay nada que podamos dejar por el camino, queremos todas las opciones…
Una continua e intensa actividad sexual
Raúl tiene 28 años. Después de una larga relación sentimental, está disfrutando ahora de una época de continua e intensa actividad sexual (que incluso ha llegado a interferir negativamente en su actividad laboral) con un buen número de parejas. Se le ve cómodo en la nueva situación, lo que explica porque comparando las dos realidades que ha vivido “esta es mucho mejor que la anterior. Eres más independiente, vas a tu bola, no tienes que organizarte con nadie ni tampoco estás obligado a dar explicaciones. Vives con más desenfreno y no estás limitado en ningún sentido. Al final, tener una pareja es como tener una madre al lado”.
Nuestras costumbres y hábitos sociales han cambiado por completo. (Corbis)
Como sabes que no vas a tener ninguna pareja estable, lo máximo a lo que aspiras es a tener una relación de complicidadLa vida de Raúl, como la de Philippe, suele ser interpretada como el caso típico de miedo al compromiso. La versión extrema sostiene que vivimos muy bien, que somos muy egoístas y que, como cada cual va a lo suyo, nadie quiere renunciar a las comodidades de las que goza. El compromiso supone una pérdida que no se quiere afrontar. Y no sólo quienes están en una edad madura, como Philippe, preservan su “buena vida”. También, asegura Larrazábal, muchas personas que están en la franja de edad entre 28-35 años, en la que se suelen plantear dilemas serios sobre cómo será la vida futura, “muestran una creciente reticencia al compromiso, y piensan que cuanto más experimenten mejor, que cuantas más experiencias tengan, mejor y que cuanto más sepan de la persona con la que quizá comparta su vida, mejor”.
Un planteamiento claramente distinto no ya de las generaciones que crecieron mediado el siglo XX, sino de otras más recientes. Los jóvenes tendrán una vida amorosa muy distinta de la que tuvieron sus padres (y muy similar a la que éstos tienen ahora), en gran medida porque nuestras costumbres y hábitos sociales han cambiado por completo. En la vieja mentalidad, como señala Illouz “el cumplimiento de las promesas estaba en el centro de este sistema moral semiótico y económico. Dado que se tenían escasas oportunidades de contraer matrimonio y que la desarticulación de las parejas podía tener consecuencias graves, la reputación tenía un peso clave en el elemento de selección”. Romper una promesa era una falta grave que minaba enormemente la reputación y el honor.
Antes no queríamos romper nuestras promesas, ahora no las queremos mantener porque son una pesada cargaLas generaciones posteriores vivieron todavía ese contexto en el que los compromisos debían mantenerse una vez contraídos y donde la palabra dada sostenía relaciones largas, aunque fuera en un grado menor. Las virtudes públicas de mediados y finales del siglo XX seguían bebiendo de esas fuentes tradicionales, aunque manara menos aguda. Pero en nuestros tiempos, las cosas han cambiado radicalmente, en tanto la reputación apenas tiene ya espacio. Salvo en figuras públicas relevantes, cuya visibilidad es continua, en el resto la reputación es un elemento accesorio, quizá válido en lo que se refiere a trayectorias laborales, pero no a las amorosas. En esencia, porque la reputación es algo que debe sedimentar, que se gana o se pierde en un tiempo amplio, y eso es justo lo que no tenemos. Como asegura Illouz, vivimos en un mundo de interacciones breves con desconocidos, con lo que no nos da tiempo a generar una reputación amorosa ni tampoco se da la coincidencia en el espacio que la haría posible. Vemos a otras personas, tenemos relaciones rápidas y nos dejamos atrás. En ese escenario, la reputación, sea del tipo que sea, no puede crecer.
Lo que sí se da, a cambio, es un nuevo miedo. Si en el pasado, precisamente porque coincidíamos en los mismos lugares, no queríamos romper las promesas por miedo al juicio ajeno, ahora no queremos mantenerlas porque rápidamente se convierten en algo demasiado pesado. Como afirma Illouz, “las promesas generan una sensación abrumadora de opresión. Se han transformado en una carga para el yo”. Por eso han proliferado nuevas formas de relación “que institucionalizan la ambivalencia y la dificultad para realizar una elección”, como el Boyfriendly type Person o casi novio/a.
Quizá por ello hayan aumentado enormemente las personas que, como Álvaro, un treintañero reacio al compromiso, lo que más valora en una relación es la amistad. “Sabes que no vas a tener ninguna pareja estable, por lo que a lo máximo que aspiras es a tener una relación de complicidad. Cuando eso ocurre, que es raramente, es cuando más disfrutas”.
*Segunda parte de este artículo se publicará mañana domingo.
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