El PSPV, el camarote de los hermanos Marx
Chimo Puig no logra controlar el caos de una dirección más preocupada de la república, de los carnés caducados y de los servicios de prostitución. El secretario general del PSPV empieza a sufrir una hipoteca de una ejecutiva confeccionada con el pago de favores a Pajín y Romeu
La verdad, no me figuraba yo que la travesía fuese tan agradable. Yo me veía muy aburrido en cubierta con un camarero al lado sirviéndome champán. Pero lo que es aquí como no me echen el champán por el ojo de la cerradura...», decía Groucho Marx, en el papel de Otis B. Driftwood, en 'Una noche en la ópera'. La escena del anárquico camarote de los Marx describe perfectamente el hábitat natural del PSPV. Un partido que no sabe disfrutar en cubierta de un viaje de placer y que prefiere la algarabía como seña de identidad. Una formación que lleva veinte años más pendiente de sus guerras de familia que de volver a gobernar la Generalitat. Su líder, Chimo Puig, en el papel de Groucho, abrió la puerta de su multitudinaria ejecutiva para pagar pactos y cambios de cromos con el único fin de echar a Jorge Alarte de la cuarta planta de Blanquerías. Ahora, un año y tres meses después del congreso de Alicante, el camarote del PSPV se ha revolucionado.
Chico, el del bombín, siempre le pedía en la película dos huevos duros a Groucho cada vez que este solicitaba comida al camarero. Harpo era mudo y se comunicaba con sus hermanos a bocinazos. Francesc Romeu, en el papel de Chico, y Joan Calabuig, en el de Harpo, se unieron bajo el techo del Centre Cultural Octubre el día de la presentación del libro del primero, actual portavoz socialista y que al grito de «dos huevos duros» parece que nunca está de acuerdo con lo que hace el secretario general de su partido. Romeu y Calabuig, Chico y Harpo, se aliaron por primera vez en aquel acto contra 'Groucho' Puig. A partir de aquel momento, como si las piezas del PSPV volvieran a encajar, los socialistas valencianos recuperaron la esencia de su política.
La digestión de los éxitos de Blanquerías casi siempre termina en tragedia. En esta ocasión no ha sido una excepción. El martes 11 de junio Chimo Puig explosionó la bomba informativa que le enviaron calentita desde Madrid el día de antes. Un 'tomahawk' que torpedeó los cimientos del PP en su estrategia sobre la financiación autonómica: el ministro Cristóbal Montoro negó que los valencianos recibieran menos dinero que la media de los españoles de las arcas del Estado. Puig, por fin, metió en un embrollo al PP al puro estilo Groucho: «La parte contratante de la primera parte está considerada como la parte contratante de la primera parte...».
La respuesta del titular de Hacienda disparó la tensión arterial del PP, que trató de contener la ofensiva mientras 'l'enfant terrible' de Xàtiva, Alfonso Rus, se preguntaba en voz alta si su partido había estado ocho años mintiendo a los valencianos.
Puig gozó de unas horas de gloria antes de que sus propios compañeros se empeñaran en ser de nuevo protagonistas con aquello que mejor saben hacer: que el eterno enfrentamiento interno trascienda. «¡Y dos huevos duros!». Chimo Puig, como número uno, demostró que no tiene la llave del camarote de Blanquerías, en el que todos entran, todos opinan y todos tienen razón. La calma chicha en cubierta aburre al puño y la rosa.
Menos de 24 horas duró la victoria socialista con Montoro como el aliado de la oposición. En la reunión del grupo parlamentario del miércoles 12 de junio se cocinó el desastre del día después. En el menú del pleno de Les Corts se coló como postre una propuesta trampa de Esquerra Unida para que la ciudadanía decidiera entre monarquía o república como modelo de Estado. Un punto que hizo saltar por los aires la disciplina del grupo parlamentario socialista.
El PSPV, que ensalzó su defensa de los valores republicanos en su último congreso, se abstuvo en la votación... menos el diputado Juan Soto, que se posicionó a favor con el lema: «La coherencia no tiene precio». A cuatro compañeras en ese momento les entró un apretón con visita de urgencia al cuarto de baño. La tardanza provocó que no llegaran a tiempo para votar.
Como pirómano actuó el portavoz de la dirección, socio de Puig en la maniobra antiAlarte y verso suelto de Blanquerías, Francesc Romeu, que echó gasolina al incendio al calificar de «burla» la postura del grupo socialista. Ya se sabe: «Y dos huevos duros».
Ni desde Blanquerías ni desde la dirección parlamentaria se supo atajar el conflicto. En el grupo, mientras Soto pidió que se votara a favor del referéndum con la resolución aprobada en Alicante en la mano, Ángel Luna exigió respeto a la decisión de su amigo Rubalcaba, de corte monárquico o juancarlista. En ese caos, una diputada como Cristina Moreno reclamó un pronunciamiento escrito o verbal de la dirección del partido con la vicesecretaria Ana Barceló haciendo la estatua en presencia de todos. Lo que pasó después no es ningún misterio. El Himno de Riego sonó en las filas socialistas durante varios días. Incluso con más fuerza en la reunión de la ejecutiva del pasado lunes donde se esperaba la presencia de Romeu que, como es habitual, no apareció para reivindicar en los órganos del partido aquello que dispara en su blog o en las redes sociales.
Ataque a los díscolos
El portavoz socialista, que es la voz de Blanquerías mientras en el organigrama oficial no ponga lo contrario, aleccionó a sus peones para que animaran el cotarro. Wilson Ferrús y demás personal de la cuerda criticaron duramente la decisión del grupo de Les Corts de abstenerse en el referéndum cuando del congreso de Alicante se salió con otro tipo de postulados. El pelotón de Romeu aprovechó la vía abierta para criticar el descenso en el número de afiliados, la falta de democracia de la propia ejecutiva por no consultar las decisiones e incluso alguno habló de que el asunto del federalismo (ese tema con el que Puig ansía convertirse en barón y que volverá a llevar la semana que viene al Comité Nacional) no le interesa a los ciudadanos.
Durante la ejecutiva, el líder del PSPV calificó de «desleales e irresponsables» a los diputados que por acción u omisión evidenciaron que no estaban de acuerdo con el abstencionismo del grupo en Les Corts. Una declaración que estuvo precedida de la intervención de Ciprià Ciscar, un 'guadiana' socialista que aparece y desaparece, que pidió algo de lo que los socialistas adolecen desde que Joan Lerma perdió las elecciones en 1995: unidad.
Nada amedrentó a Juan Soto, que es diputado (díscolo en ese caso), coherente, de Izquierda Socialista y miembro de la ejecutiva. Ninguna amenaza, ni siquiera la de su portavoz Antonio Torres el día después de la ejecutiva en la rueda de prensa de la Junta de Síndics, hizo dudar al parlamentario: «Lo volvería a hacer»
José Manuel Orengo, otro de los vicesecretarios que sumó Puig al carro de su numerosa ejecutiva, tomó la palabra para afear el verso libre de Romeu (el de los dos huevos duros), al que invitó a dejar de tocar la trompeta para que la orquesta socialista siga con su particular pasodoble político. A Soto le insinuó que la dirección parlamentaria le podía tocar el bolsillo con 300 euros de multa por sus bravuconadas republicanas. El secretario de Organización, Alfred Boix, callado y fontanero junto a Orengo de la maquinaria socialista, no dio crédito al caos en el camarote. El caprichoso destino en forma de 300 euros se le apareció al propio Orengo el pasado martes, un día después de la bronca a Soto, en forma de multa de la Guardia Civil. El portavoz socialista en la Diputación de Valencia, que hace un par de años se bajó del coche oficial tras perder la alcaldía de Gandia, fue cazado a 143 kilómetros por hora en la AP-7 con el permiso de conducción caducado. La sanción, 300 euros, la misma cantidad que le recetó a Soto diez horas antes por desleal.
Orengo se tomó tan al pie de la letra el asunto de la transparencia de los cargos públicos que decidió contar su hazaña al volante en las redes sociales. La multa del exceso de velocidad quizá forme parte de la cotidianeidad pero pregonar que conduce con el carné caducado pertenece ya al desenfreno de la sinceridad. En el mismo momento en el que el vicesecretario socialista dio explicaciones a su metedura de pata, nadie se acordó ya de las palabras de Montoro sobre la financiación autonómica. Los socialistas mataron a su particular gallina de los huevos de oro.
El pasado viernes se pudo ver a Orengo al volante de su coche saliendo del garaje de la sede socialista en la calle Blanquerías. Un gesto que deslizó que ya tenía en regla el permiso: «Circular a 140 kilómetros por hora no es ni para sentirse orgulloso ni para sentir vergüenza». En cambio, sobre el hecho de no llevar el carné en regla no dijo nada. Ligera amnesia.
Tras la república y el carné de conducir caducado, la semana se completó con la una revelación de Calabuig que escandalizó al partido: «En el PSPV hay compañeros que se van de putas»... ¡y dos huevos duros! Como Harpo, el dirigente socialista despertó al partido a bocinazos. Una afirmación con todas las letras que el portavoz en el Ayuntamiento de Valencia y secretario local del PSPV utilizó para justificar que exista cierta reticencia entre los afiliados a la ordenanza que pactó con el PP sobre la prostitución. El ejemplo es muy directo pero como señaló su compañero Josep Moreno, «desafortunado».
Incómodo silencio
El aparato del partido guardó silencio sobre las consideraciones de Calabuig. Mientras el portavoz socialista en Les Corts, Antonio Torres, reclama por registro a la presidencia del Parlamento regional que recupere la comisión de la Mujer (fue eliminada recientemente), el secretario local de Valencia señaló que los militantes socialistas «van de putas». Al día siguiente se agotaron las baterías de los móviles de los dirigentes socialistas comentando la ocurrencia de Calabuig, que intentó explicarse vía twitter y que sólo encontró el amparo de su equipo en el Ayuntamiento de Valencia. Más de uno en privado pedía la cabeza del candidato que tiene en el 'cap i casal' el récord negativo de apoyos en unas elecciones, las municipales de 2011.
Referentes del feminismo como Carmen Alborch guardaron silencio, al igual que Inmaculada Rodríguez-Piñero, otra valenciana de solera en Madrid. Pero sin duda, el caso más llamativo fue el de Rosa Peris, responsable de Igualdad en la dirección del PSPV y exdirectora del Instituto de la Mujer durante la etapa de Rodríguez Zapatero, que no leyó o no quiso leer las palabras de su compañero de partido. La mención a las «putas» no le hizo reaccionar.
¿Qué fue de aquel Calabuig que durante su época de mandamás de las juventudes socialistas europeas se hacía fotos con el líder socialdemócrata alemán Willy Brandt? De momento, intenta repetir como aspirante a la alcaldía de Valencia, donde ya sucumbió ante la popular Rita Barberá.
A Puig el camarote se le ha ido de las manos. Trabaja para presentar propuestas sobre vivienda, decálogos contra la crisis, iniciativas para atajar el paro... Pero al final, lo que trasciende, son las meteduras de pata de sus subalternos que ahogan cualquier iniciativa que se presenta. La culpa es del secretario general, que no conoce a la mitad de su kilométrica dirección. Un equipo forjado en el pago de favores. Como el camarote de los Marx, el comité se ha convertido en un caos en el que cabe cualquiera. Como cuando Groucho en 'Una noche en la ópera' abrió a una de las señoritas que tocó a la puerta: «¿Está aquí mi tía Micaela? Pase y pruebe a buscarla entre la multitud».
El secretario general empieza a pagar su hipoteca política. La que firmó con Romeu, el de «los dos huevos duros», que a la mínima que pueda lo trabará con la vista puesta en las primeras; la que rubricó con la exministra Leire Pajín, que una vez consumada su venganza contra Alarte por la moción de censura de Benidorm (por petición expresa de mamá Maite), huyó a Estados Unidos y colocó como franquicia a una Ana Barceló que no genera muchas simpatías en las filas socialistas.
El partido, que en las últimas elecciones autonómicas obtuvo menos votos que parados hay actualmente en la Comunitat, no termina de posicionarse como alternativa fiable de cara a la sociedad. Durante la Fiesta de la Rosa celebrada recientemente en Benicalap, barrio obrero por excelencia, ni los autobuses venidos del sur de la Comunitat sirvieron para tapar las calvas en un auditorio que escuchó a Rubalcaba como protagonista principal.
Al final, el viernes, tuvo que aterrizar en Valencia desde Madrid Gaspar Zarrías para intentar poner algo de orden: «En un momento como este lo que tiene que haber es unidad sin fisuras. Hay que trabajar para que la gente nos conciba como alternativa». Puig le abrió la puerta a Zarrías como Groucho a la señora de la limpieza: «Vengo a barrer el camarote». A lo que Marx contesta: «Precisamente lo que hacía falta. Manos a la obra. Tendrá que empezar por el techo que es el único sitio que no está ocupado todavía».
Conclusión: «¡Y dos huevos duros!».
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