Se dice a menudo que las mujeres no se visten para los hombres: si así fuera,irían desnudas. Cuando quieren vestir para los hombres, las mujeres saben muy bien cómo hacerlo, pero esta intención, en la vida cotidiana, se da en contadas ocasiones (anuncios de Women's Secret al margen: las marquesinas no cuentan).
Cuando una mujer sale de la ducha envuelta en su toalla y abre de par en par las puertas de su armario, escudriñándolo fíjamente, miles de factores revolotean por su veloz cabeza. Si la opinión masculina fuera uno de esos factores primordiales, la mujer en cuestión se quedaría así, en toalla (al menos en verano). Pero no. La mujer matutina calibra la temperatura del ambiente, la probabilidad de chubascos, su estado físico personal, si está hinchada, si no lo está, si le duele la cabeza, si no. A continuación, vislumbra su jornada: si debe ir elegante o no al trabajo, si hoy tiene yoga y entonces la falda que tiene muchos botones mejor no, si ha quedado después para una caña, si le dará tiempo a pasar por casa o no, si tiene cena esta noche, si tiene que ir al súper, si irá en metro, en bus, andando, si es su cumpleaños, si está deprimida, si se casa hoy.
Una mujer tarda en decidir la ropa que va a ponerse entre tres y cinco segundosDe la ecuación –no matemática y sin embargo lógica– de todos esos factores se obtiene un resultado. Al resultado obtenido, la mujer matutina añadirá gamas cromáticas de las que se encuentran entre su vestuario, texturas, si me pongo estos pantalones ya no me puedo poner este jersey, etc. Y una vez se han aplicado los colores y las cadencias, sólo entonces, puede la mujer matutina descolgar un par de perchas, abrir tres cajones y proceder a vestirse.
Ustedes creerán que lo aquí descrito es una exageración, pero nada más lejos de la realidad: lo que una mujer tarda en elaborar y resolver esa ecuación oscila entre los tres y los cinco segundos y, normalmente, se trata de unareflexión inconsciente (salvo casos especiales en que la reflexión se alarga y la histeria acecha).
Todo ello tiene como consecuencia un hecho muy evidente: hay innumerables prendas o estilos de ropa que las mujeres llevan muy a menudo y que los hombres detestan. Procedemos a enumerarlos, pues, pero que no se genere ninguna expectativa: el artículo se escribe por diversión, pero nada cambiará tras la redacción del mismo. Ellas, implacables, seguirán vistiendo y llevando todas esas prendas que ellos aborrecen. Y ellos lo aceptarán estoicamente porque, al fin y al cabo, lo que ellos quieren hacer con la ropa es omitirla.
1. Estilo femenino-infantil-floral
Blusas vaporosas con motivos de parajillos o florecillas o abejitas combinadas con unos pantalones rectos y un zapato plano, pero con un detalle de un parajillo o una florecilla o una abejilla grabado en el empeine. La versión primaveral (¡más primaveral!) se compondría de unas sandalias, una falda con vuelo, vaporosa, cuyo tacto da un poco de dentera. Todo ello en colores rosa palo, azul celeste, verde claro. Ah, y beis. Mucho beis. Es una mezcla entre la casa de la pradera y una estudiante parisina de esas que van sobre una bici y ni se manchan con la cadena ni se despeinan con el viento. Así. Todo muy mono. Tal vez demasiado mono, demasiado light, demasiado aniñado: ellos las prefieren mujeronas (por lo general).
2. El look abuela
Linda peligrosamente con el anterior, pero ahora se añaden elementos conflictivos. Para empezar, la rebequita de entretiempo, sólo con el primer botón abrochado, como censurando un trozo de carne que no ha de ser visto (no añadamos a esto, por favor, una falda por debajo de la rodilla). Para continuar, los encajes, que en pequeña medida o en el interior de los ropajes pueden ser muy seductores, pero que en exceso y exteriores pueden hacerte parecer un tresillo plagado de labores de ganchillo. Para finalizar, unas gafas más grandes de lo normal: sí, las gafas enormes y de pasta están muy de moda, pero como te las compres blancas y las combines con todo lo anterior, serás una réplica de tu abuela. A mucha honra, probablemente. Pero ellos las prefieren jóvenes (casi siempre).
3. Demasiado masculinas
Bueno, quién no quiere ser Katharine Hepburn. Quién no quiere ser Diane Keaton en Annie Hall. Pantalones de corte masculino, camisas blancas holgadas, chalecos, sombreros e incluso corbatas. Y, por supuesto, zapatos de chico. El estilo es fantástico y la palabra androginia está muy de moda. No obstante, a veces escapan las mujeres a un nimio, mínimo detalle: no somos ni Katharine Hepburn ni Diane Keaton. Corremos el riesgo de parecer una rancia profesora de universidad al borde de la jubilación (qué tristeza para las profesoras de universidad, vaya imagen) o una bibliotecaria. Además, ellos las prefieren ellas (normalmente).
A veces, ser un poco 'hippy' no está mal; pero hay un límite. (Corbis)4. Muy hippies
A ver, un toque ibicenco es una cosa. Y otra muy distinta barrer la ciudad con tu falda floreada (las flores, como se observa, no gustan, a menos que sean en los vestidos veraniegos: esa prenda sí que consigue la unanimidad masculina). O llevar el Retiro en el pelo. O que no se sepa si eres gorda o flaca porque tu blusa es larga, ancha, blanca, sospechosa. La ropa está para ser llevada, no para llevar al portador. El look es, sin duda alguna, cómodo –comodísimo– y primaveral. No digamos ya si incluimos los pantalones de tiro bajo y la falta de depilación: naturalidad a más no poder y un rollo entre AladínJasmine y Adán y Eva. No obstante, ellos las prefieren rasuradas (a veces).
5. De un sexy malentendido
Por un lado está lo sexy: tacones (de longitud razonable), minifaldas, escotes. Ahí suele haber unanimidad. Por otro lado está quien insiste en decir que es sexy y que, sin embargo –¡oh, sorpresa!– no tiene nada de atractivo. El estampado de leopardo, el terciopelo, la lencería excesiva. Una cosa es un sujetador sugerente y otra muy distinta una de esas piezas de lencería que, para ser retiradas del cuerpo de la fémina en cuestión, exigen al usuario la licenciatura en varias ingenierías, la posesión de las herramientas necesarias y una elevada concentración que hace que descienda todo lo demás. Lo cual se puede resumir en una frase sencilla: los hombres detestan todo lo que no saben desabrochar. Y es que, al fin y al cabo, tal y como veníamos anunciando, ellos las prefieren desnudas (siempre).