Prioleau acaba de publicar 'Grandes seductores y por qué las mujeres los aman'
Es la cabeza, y su 'pico de oro', lo que las enamora
Una cojera, una nariz torcida... La belleza no las encandila
Valoran más a los feos pero con labia, psicología y la masculinidad con toque femenino
Aquí la regla de oro del buen seductor
En la foto, Austin Powers en una escena de «Misterioso agente internacional».
James Dean era frágil y guapo, Paul Newman un Apolo y Brando chorreaba testosterona, pero su belleza, evidente, no explica las hazañas eróticas de Diego Rivera o Aldous Huxley, uno gordo y el otro casi ciego. Veamos, ¿acaso no rompía corazones Belmonte, el Pasmo de Triana, siendo feo y contrahecho? O como dicen que dijo Voltaire (o al menos eso asegura Ross Jeffries, autoproclamado profeta de la seducción y modelo del personaje que interpretó Tom Cruise en Magnolia): «Denme 10 minutos para hablar a pesar de esta cara tan fea y me llevaré a la cama a la reina de Francia». El filósofo francés, en fin, creía en los poderes hechiceros de la palabra, y no sólo para analizar la sociedad de entonces.
Nunca como en la actualidad nos bombardearon con más modelos de perfección, torsos hercúleos, abdominales imposibles y sonrisas de photoshop que, según algunos, dictan qué gusta a las mujeres y quiénes son los hombres más anhelados.
¿Tienen algo que ver unos labios carnosos, la simetría en las facciones, la depilación o su ausencia? Bueno, no parece el caso de los atractivos, pero poco agraciados, Adrien Brody y Vincent Cassel. ¿Hablamos de Sarkozy y su bellísima esposa? ¿Del rey de los compositores mejicanos, Agustín Lara? ¿Del loco Rasputín? A la caza del misterio, dispuesta a meterle luz, pistas y razones, la escritora Betsy Prioleau ha escrito Swoon: great seducers and why women love them (Swoon: grandes seductores y por qué las mujeres los aman).
Entrevistada por Crónica este jueves, Prioleau comenta que había publicado un volumen similar dedicado a las mujeres, en el que para su sorpresa, tras rastrear a lo largo de la Historia algunos de los casos paradigmáticos, encontró que las más seductoras no fueron, ni mucho menos, las más guapas. ¿Sucede igual con los hombres?
«Rastreé en las bibliotecas, di un curso con ese tema y poco a poco comprendí que tenía más preguntas que respuestas. ¿Hay un patrón de hombre que enloquece a las mujeres y cuyas cualidades se repiten a lo largo del tiempo?» ¿Lo hay? ¿Existe ese patrón de oro?
«Digamos que las preferencias cambian, no hay estereotipos, pero en todos los casos que encontré se cumplen una serie de reglas. Para empezar tenían un carisma irresistible, que podríamos llamar erótico, que succiona el aire y los convierte en centro de atención. Son elocuentes, brillantes y por lo general, en su aspecto pero sobre todo en su psique, hay una mezcla de rotunda masculinidad con un toque femenino». Dice Prioleau que «se trata de hombres que aman profundamente a las mujeres. Es más, que aprecian su compañía tanto o más que la de sus amigos masculinos, y tienen la capacidad de comprender su psicología, sus necesidades y humores. La mayoría tuvieron en la infancia una relación muy intensa con sus madres o hermanas».
«Pueden ser peligrosos, saben decirte lo que quieres, y ese don les permite ser unos manipuladores»
¿El dinero? «El dinero, como la belleza, ayuda, pero sólo de forma superficial y durante poco tiempo. Porfirio Rubirosa, conocido como el gran latin lover de su época, provenía de una familia de clase media e hizo fortuna al casarse con una hija del dictador Trujillo. Pero ya volvía locas a las mujeres cuando era un joven de clase media. Él decía que su secreto era llevarlas a bailar». Y claro, estaba su pasión, y su tremendo apetito sexual. De él dijo una amante que «cuando muriera sus órganos sexuales seguirían funcionando».
O Aga Khan, «que era conocido por llamar por teléfono en mitad de la noche para citarte con rumbo incierto, y horas después estabas con él en un yate en el Mediterráneo, y que en una ocasión llenó una piscina con champán. O sea, que una mujer podrá casarse con alguien por poder o dinero, pero eso no significa que ame a su marido. Los seductores mitológicos, ricos o pobres, siempre disfrutaron cortejando. Han concebido el enamoramiento, la atracción, como una aventura. Derrochan imaginación. Con la belleza sucede algo similar al dinero. A la larga, si no hay algo más, la pasión muere. Lo que las mujeres encontraban en los hombres de los que hablamos fue un perpetuo encantamiento. Se lo proporcionó gente como Lord Byron, Casanova o Jack London. O Gaviele DAnnunzio, otro que era feo y al que sin embargo en más de un ocasión alguna mujer le ofreció dinero por acostarse, quizá el mayor conquistador de su tiempo».
Muchos de ellos sufrían de algún defecto, el llamado «divino defecto», por ejemplo, una leve cojera, como Douglas Day, profesor de Prioleau en la Universidad de Virginia, que estuvo casado cinco veces y «sabía hacerte sentir la persona con más talento del mundo. Cuando paseaba por el campus las mujeres se derretían. Era elocuente, extremadamente pasional, y cuando estabas con él te dedicaba el 100% de su atención». En cuanto a Belmonte, «añadía,gracias a sus cicatrices, un aire de vulnerabilidad compatible con su coraje».
De nacimiento
¿Nos referimos a unos depredadores? «Pueden ser peligrosos. Saben decirte lo que quieres, justo lo que necesitas, y ese don les permite, a veces, comportarse como unos manipuladores a nivel emocional». Al duque de Richelieu, escribe en su libro, lo salvó de la Bastilla un grupo de amantes que se unió para liberarlo; había sido encarcelado, y sólo tenía 15 años, por sus correrías sexuales en Versalles. Durante su vida recibió una docena de cartas de amor al día, y fue amante de innumerables princesas y cortesanas. En otra ocasión lo salvó de la muerte la duquesa de Berry, hija de Felipe II de Orleans.
Y a Sartre, que no era, digamos, el gemelo parisien de Gary Cooper, lo codiciaban sus alumnas. «Un psicólogo me comentó que ese carisma no se copia, se trae desde el nacimiento, igual que hay genios del arte, o de la guerra, hay genios de la seducción, pero lo cierto es que resulta posible tomar como modelo ciertas conductas, hace falta sensibilidad y coraje, y el encanto puede cultivarse». El encanto, quizá. El talento, menos.
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