martes, 23 de abril de 2013

Frank la lía en el Oceanográfico


Frank la lía en el Oceanográfico

El protagonista del programa sobre animales alborota a los visitantes y al personal del acuario valenciano durante su visita

Frank Cuesta, ayer en el Oceanográfico de Valencia. / Jesús Signes. Vídeo Jose Forés
Me dijeron: «el lunes entrevistas a Frank de la Jungla». Me callé y busqué quién era el susodicho. Que si sale en la tele, que si trata con bichos de todo pelaje, que si se la juega, que si le imita José Mota. Pensé que entre un 'Frank' y un 'Freak' sólo hay una letra de diferencia, lo cual presumí que era lógico tratándose de un tipo que hace lo que hace. Sin embargo, ayer, en el Oceanográfico, si alguien se sintió un 'friqui' fui yo por no saber quién es Frank Cuesta. Debía de ser el único en todo el acuario que lo ignoraba a tenor de las decenas de fotografías y cientos de personas que posaron con él en la entrada, en la salida, en los túneles, frente a las tiendas y junto a los restaurantes del animado acuario. Frank la lió, como en su programa, pero esta vez sin querer.
El señor Cuesta, veterinario, acostumbrado a coger serpientes y reptiles varios, paseó por el Oceanográfico con una calma divertida, pues ese aparente nervio que muestra en sus programas se torna en una suave sonrisa cuando se acercan a hacerse fotos con él todos los alumnos de varias clases, los trabajadores del acuario, una señora valenciana o un señor de Zaragoza, Marco.
Frank iba acompañado de Nacho Medina, hijo de Tico Medina y actualmente director de la productora Molinos de Papel, responsable de 'Frank de la Jungla'. Nacho y Frank firman a la par 'Las aventuras de Frank de la jungla' (ya llevan siete ediciones), un diario de viaje del periodista sobre las peripecias ocurridas durante las grabaciones de los programas.
«Aparecen, además, anécdotas que no pudimos grabar durante la serie, como cuando Frank se comió la costra de una herida que le provocó una picadura de víbora y me aseguró que aquello era proteína pura», explica Medina, acostumbrado al revuelo provocado entre los visitantes del Oceanográfico por Frank. «Lo niños lo adoran».
«Lo llevo bien, para mí esto es como un juego que, por otro lado, sólo dura 10 ó 20 días. Todo el mundo me trata fenomenal, como si fuera una estrella del rock», explica el protagonista de la algarabía, quien además lamenta que la visita al acuario sea corta «porque mola». Horas después, en El Corte Inglés de Colón, volvió a ser el rey de la selva mientras firmaba libros. Cientos de personas en cola.
Cuando ve los tiburones y se le cuenta el tamaño que han adquirido en los últimos años, recuerda que «algo parecido, pero al revés, pasó en Bangkok, porque allí no tuvieron previsión de que los peces creciesen y tuvieron que sacar muchos cuando ya no cabían».
Frank vive en Asia y reconoce que «es otro mundo, a veces, un poco caos, en plan patada a seguir, y en un zoo pueden meter un montón de serpientes en una urna, comprobar que faltan tres al día siguiente y se empiezan a preguntar quién las ha robado, cuando lo primero que tenían que haber pensado es que algunas serpientes comen serpientes».
Las vivencias entre bicharracos tan peligrosos no las aplica en sus relaciones humanas «porque los animales no vienen a por ti; las personas, sí». Derechitos a por él fueron, al menos, tres grupos de estudiantes que, por decenas, posaron a su lado y durante unos minutos bloquearon uno de los túneles del Oceanográfico. «Hala, ya la hemos liado», admitió el veterinario, quien vive feliz en Tailandia «porque su manera de entender el mundo te permite ser feliz con mucho menos, sin envidias ni tantas necesidades como aquí, que todo es más agitado». Para agitación, la que generó ayer Frank en el Oceanográfico.

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