Fue reina, pudo haber sido emperatriz, por dos veces se frustraron sus ansias de tener descendencia real; más tarde vio renacer sus sueños y lujos al frente del Virreinato de Valencia, donde destacaron sus dotes festivas y también las represoras contra el movimiento de las Germanías, y acabó muriendo, aún relativamente joven, en el placentero paraje de un monasterio de la orden de los jerónimos, en las primeras estribaciones montañosas al norte de Lliria.
Doña Germana de Foix, sobrina del rey de Francia Luis XII y segunda esposa de Fernando el Católico, falleció el 8 de noviembre de 1536 en lo que hoy es la Masía del Espinar, situada en el municipio edetano, cerca de la carretera de Alcublas. Había nacido en Mezières (Francia) en 1588. Así pues tenía 48 años al morir, probablemente a causa de dolencias relacionadas con una acusada obesidad. En sus últimos años, quien se había distinguido por una figura esbelta y atractiva, se vio aquejada de diversas disfunciones orgánicas que le provocaron fuerte acumulación de líquidos (hidropesía).
La elección del retiro liriano no debió de ser casual. Germana y su último marido, el Duque de Calabria, mantenían vínculos con la comunidad monástica de los jerónimos, hasta el punto de que fueron estos quienes se ocuparon de poblar el futuro monasterio de San Miguel y los Santos Reyes (hoy popularmente conocido como San Miguel de los Reyes), cuya construcción dejaron encargada en testamento y se inició en 1546.
El monasterio edetano debió de constituir una especie de residencia ocasional, un lugar al que retirarse para buscar paz y cuidados, en especial en momentos de enfermedad, y quizás también el influjo monacal de la oración tras una vida muy azarosa.
Una placa situada en el patio exterior de la masía recuerda que allí falleció la virreina y que más tarde fue trasladada por cien monjes jerónimos en procesión hasta San Miguel de los Reyes, para reposar junto a los restos de su tercer marido, el duque. No es la placa original, que fue destruida durante la guerra civil, cuando la masía fue hospital militar, pero sus dueños se encargaron después de reponerla.
El monasterio dejó de serlo en el primer tercio del siglo XIX, durante la desamortización del llamado 'trienio liberal' (antes de la de Mendizábal), y al secularizarse y privatizarse la propiedad pasó a ser una masía en el centro de una explotación agrícola. Desde finales del siglo XIX pertenece a la familia Gil de Avalle y se mantiene muy cuidada, incluso en aspectos que rememoran su pasado monacal y fortificado. La bella construcción está rodeada de una gran área ajardinada y con un pequeño bosque, en medio de una moderna finca de almendros.
Encima de la puerta principal de entrada a la casona palaciega persiste el escudo del Duque de Calabria, testimonio de un pasado que conviene conocer, porque entre estas paredes se vivieron hechos relacionados directamente con nuestra historia, incluso episodios que podrían haber cambiado su curso.
Al enviudar de la reina Isabel la Católica, Fernando buscó de nuevo asentar sus reales en la Corona de Aragón. Para ello necesitaba casarse otra vez y tener heredero, porque su hija Juana era la heredera de Castilla. Fernando estableció entonces con el rey de Francia el acuerdo de Blois, por el que el monarca galo le cedía en matrimonio a su sobrina Germana y el reino de Nápoles, a cambio de una serie de concesiones dinerarias, la reposición de bienes confiscados en guerras anteriores y la liberación de prisioneros del Gran Capitán. Además, si no había descendencia, Nápoles volvería a Francia.
Fernando tenía 54 años y Germana de Foix, 17. Podían ser padre e hija. Se casaron en 1506 y tres años después tuvieron un hijo. Lo llamaron Juan pero murió a las pocas horas de nacer. De haber vivido habría reinado en Aragón y la historia de España habría sido diferente.
También podría haber cambiado el rumbo de los acontecimientos si Germana hubiera conseguido que Carlos I de España y V de Alemania hubiese reconocido a la hija de ambos, Isabel, que se mantuvo ilegítima. Porque al morir el rey Católico, a consecuencia de bebedizos que tomaba en busca de mayor virilidad, encargó a su nieto Carlos que se ocupara de quien técnicamente era su 'abuelastra'. En su última carta le indicó que «no le queda, después de Dios, otro remedio sino sólo vos». Y a fe que se buscaron remedio mutuo. Vivieron un apasionado romance que llegó a preocupar a la corte, pues Carlos tenía 17 años y Germana 29. Para apartarla del emperador la casaron con el marqués de Brandeburgo, y al morir éste con el Duque de Calabria, y les confiaron el 'destino' del Virreinato de Valencia, residiendo en el Palacio Real de Valencia ubicado en los actuales jardines de Viveros o Jardines del Real del que el escritor Juan García Sentandreu relata la crónica de su paso por tan magno edificio valenciano.
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